Y POR CASA ¿QUÉ TAL?

Crisis son oportunidades. Los chinos conocen una sola tipografía para ambas palabras. Tras cada calamidad, hay una oportunidad de cambio, si se sabe aprovechar. Tras meses de incertidumbre, estrechece...

| Padre Hugo Tagle Padre Hugo Tagle
Crisis son oportunidades. Los chinos conocen una sola tipografía para ambas palabras. Tras cada calamidad, hay una oportunidad de cambio, si se sabe aprovechar. Tras meses de incertidumbre, estrecheces para muchos, aumento de la cesantía, pareciera que viene un cierto reposo e, incluso, luces al final del camino. Como sea, esta situación de casi abierta recesión ha permitido depurar y limpiar el engranaje de una maquinaria que, de sobrecalentada, ocultaba más de un vicio, como la prensa ha dado a conocer en estos meses. El Presidente de Brasil, Lula da Silva, lo dijo hace unos días: "La crisis global es una oportunidad para construir un nuevo orden económico con una mayor inclusión social, más respeto por cuestiones climáticas y con más justicia social. Las condiciones están dadas para discutir temas que hasta hace poco estaban prohibidos". En efecto, ha sido así. Muchos de los vicios que han impactado a la opinión pública hubiesen pasado sin más, de no ser por la crisis en que nos encontramos. Benedicto XVI dice en un mensaje de inicio de año: "La reciente crisis demuestra que la actividad financiera ha estado guiada a veces por criterios meramente autorrefenciales, sin consideración del bien común a largo plazo. La reducción de los objetivos de los operadores financieros globales a un brevísimo plazo de tiempo reduce la capacidad de las finanzas para desempeñar su función de puente entre el presente y el futuro, con vistas a sostener la creación de nuevas oportunidades de producción y de trabajo a largo plazo. Una finanza restringida al corto o cortísimo plazo llega a ser peligrosa para todos, incluso para quien logra beneficiarse de ella en lo inmediato, durante las fases de euforia financiera". Hemos aguzado nuestra mirada ante el comportamiento ajeno dudoso; comprobamos que una sana fiscalización no es intromisión ni freno para el desarrollo sino justa medida ante la codicia malsana y el afán irresponsable de lucro. Estas malas prácticas - algunas directamente delictuales - han mermado la confianza pública, frenado el desarrollo y desestabilizado el edificio económico. En nombre de la libertad se ha atentado contra ella, atropellando los derechos y libertad de los demás. Y esto, en todos los niveles: Desde las malas prácticas de la especulación irresponsable de un Maidoff hasta el escándalo de las farmacias en nuestra patria, pasando por prácticas turbias en algunos gastos públicos. Pero, ¿cómo estamos por casa? Esta crisis es una buena invitación a revisar el comportamiento privado, las prácticas reñidas con la ley o al límite de lo tolerable. Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato. Urge una nueva mirada a las relaciones económicas, en que comprendamos que el trabajo duro es la verdadera fuente de la riqueza personal, que el lucro es sinónimo de responsabilidad y ganancia legítima y no de muñequeos bursátiles y artificiosos. Solo se construye la paz, se logra un desarrollo sustentable si se asegura la posibilidad de un crecimiento razonable para todos. El abuso de las reglas del juego económico finalmente pasan factura a todos. Los efectos están a la vista. El criterio de oro para una economía sana será su orientación hacia una profunda solidaridad, en que la acción económica tienda tanto al bien personal como al del conjunto social
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