Un esfuerzo por aspirar a lo más grande

La tercera semana de cada mes me comprometí a entregar esta columna. Me quedan dos días y aquí estoy sentada frente al computador... ¿Sobre qué escribir? He leído el diario, he conversado con mi marid...

| Paulina Respaldiza Paulina Respaldiza
La tercera semana de cada mes me comprometí a entregar esta columna. Me quedan dos días y aquí estoy sentada frente al computador... ¿Sobre qué escribir? He leído el diario, he conversado con mi marido e hijos, me he fijado en las próximas fechas litúrgicas y festividades religiosas importantes. Buscando entre mis apuntes, hechos o situaciones que han llamado mi atención en este último tiempo, hay una palabra que se repite, que se ha cruzado de manera reiterada en mi camino... magnanimidad. Y aquí estoy ahora, desentrañando el misterio que se presenta ante mí y descubrir las voces que a través de esa palabra quieren hablar. Analizando la literatura, la siguiente definición me pareció bastante clara, pues vincula la inteligencia con el ‘gustar', con el alma. «La magnanimidad regula la mente en relación con todo lo que es grande y honorable; anima todas las demás virtudes, incitándolas a orientarse preferentemente hacia todo lo que sabe a grandeza» . Podríamos decir que la magnanimidad es la virtud que nos impulsa a aspirar de modo realista y esforzado a las cosas grandes desde lo más profundo de nuestro corazón ayudado por la voluntad. Es una aspiración que corresponde a nuestra propia identidad, de acuerdo a nuestras capacidades y posibilidades. La persona magnánima se conoce bien a sí misma. Por ello, tiende a dar el máximo de su ser en cada circunstancia concreta de la vida; ya que tiene un recto conocimiento de sí mismo, sabe quién es, de lo que es capaz y aquello a lo que debe y puede aspirar. Frente a los desafíos de la vida, responde con ánimo decidido, tenaz y valiente. Bajo esa mirada, el mundo de hoy, nuestro mundo, parece necesitar con urgencia de la magnanimidad, de más almas grandes y nobles. Personas decididas son las únicas que podrán romper la cadena de odios que tanto nos oprime. Ellas lucharán con valentía frente a temas tan polémicos y vigentes en la actualidad como el aborto, la eutanasia, homosexualidad, sólo por mencionar algunos. Sí, debemos aspirar a lo más grande, entregarnos con generosidad por nuestros ideales y no ceder a la lógica de la violencia que nos impulsa a devolver "ojo por ojo y diente por diente", basta leer los diarios para ver que esa es la norma que regula el actuar de muchos. También hay que ser grande de corazón para no creer que uno siempre tiene toda la verdad, para ponderar en su justa medida las actuaciones propias y las ajenas, para que el lenguaje sirva para defender ideas sin atacar a las personas. Las almas grandes y virtuosas son capaces de darse enteramente y sin límites. Es un hecho, sólo las almas generosas son capaces de actos generosos porque han penetrado el misterio de aquella máxima de la sabiduría popular que dice que hay más alegría en dar que en recibir. En esto consiste la magnanimidad. Es la alegría en el dar. Dar lo que somos y tenemos. Dar con plenitud, hasta llegar a lo más alto que es la magnanimidad. Todos necesitamos tener un alma grande. Todos necesitamos esa fuerza interior que nos impulsa a elevar nuestra vista hacia los grandes ideales y vivir con lo que nuestros abuelos llamaban hidalguía, nobleza de espíritu y buen corazón. No son valores pasados de moda, son necesidades actuales y -por lo tanto- es urgente volver a conquistar esta virtud tan abandonada en su esencia, aquélla que distingue a los seres humanos que se comportan y se relacionan con los demás con "grandeza de ánimos y altura de miras". Aspirar a lo más grande por, para y con los otros. Detengámonos unos minutos en María, ella es modelo de magnanimidad pues su máxima aspiración es responder a la grandeza de su vocación y misión: ser Madre de Dios (Lc 1,38) y Madre nuestra (Jn 19,25-27). Ella nos enseña a vivir la magnanimidad en la obediencia a su Hijo: Jn 2,5; Lc 11,27-28. Para nosotros, la imitación de este valor consiste en cultivar como la misericordia y compasión para comprender lo que está en el fondo. Nadie se vuelve magnánimo de la noche a la mañana, se logra a través de pequeños actos de generosidad diarios que a la larga se vuelven espontáneos y, poco a poco, magnánimos. Seguramente no tenemos los medios como para solucionar problemas como la pobreza, pero todos tenemos la oportunidad de ofrecer una cálida sonrisa, un trato digno de personas, actitudes de amor y perdón, una palabra de aliento o un gesto de afecto a aquellos con quienes nos topamos diariamente. No podemos esperar grandes oportunidades para ser generosos y, luego, poco a poco, magnánimos. Bastan las pequeñas ocasiones que a diario se nos presentan. Así, casi sin darnos cuenta, con el esfuerzo constante, seremos capaces de dar y darnos en el ahora de nuestra vida. Hagamos vida las palabras que Juan Pablo II dijo a los jóvenes cubanos en Camagüey en abril de 1999 "...Acojan el llamado a ser virtuosos. Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza. La felicidad se alcanza desde el sacrificio." (JUAN PABLO II a los jóvenes cubanos en Camagüey).
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