Reseña del P. Horacio Rivas, al momento de su despedida

Reseña del P. Horacio Rivas, al momento de su despedida.  

Miércoles 29 de diciembre de 2010 | Padre L. Mariano Irureta

Imagen foto_00000001Queridos padres y hermanos:

Les quiero hacer llegar a todos ustedes, que desde lejos nos hicieron llegar sus saludos, muestras de solidaridad y cercanía fraterna por la partida del Padre Horacio Rivas a la Casa del Padre, mi agradecimiento.

Estos días en Bellavista han sido muy especiales. Nos hemos movido entre el jubileo de oro de la Cruz de la Unidad, la llegada del P. Horacio a la Casa Provincial y, su fallecimiento y multitudinaria despedida por parte de la Comunidad y de sus queridas familias y personas a las que él se entregó durante toda su vida, no sólo en Chile ni en Santiago, con esmero y dedicación.

El P. Horacio llegó a Bellavista el sábado 25 de diciembre por la mañana. Venía en una ambulancia acompañado por la señora Margarita y su hija Angelita, que trabajan en la casa de los Padres en Campanario. Lo escoltaban dos autos, en uno de ellos venía el P. Lucho, fiel hermano, que sencillamente junto a los padres de Luxemburgo se dedicó a él en las últimas semanas.

Al llegar se le veía su rostro totalmente amarillo, demacrado, su cuerpo hinchado, pero siempre con una sonrisa y un comentario lleno de humor. Se le colocó en la habitación frente a la del P. Hernán. Inmediatamente recibió los cuidados de Carmen, la enfermera de la Casa Provincial y de Margarita y sus hijas, que se quedaron con él prácticamente todo el día. Por la tarde llegó Fany Vicuña de Doren, quien en las últimas semanas había sido prácticamente la enfermera del P. Horacio. Nombro a todas estas personas, pero hay muchas más, como una forma de dar testimonio del cariño y preocupación de muchos por nuestro querido hermano y por la Comunidad.

A pesar de todos los cuidados, ya se veía que el P. Horacio estaba totalmente entregado y que había venido a morir a Bellavista. "Por fin estoy en Bellavista" dijo en un momento, ya hablaba menos, pero seguía sonriendo e impartiendo la bendición a los padres que llegaban a saludarlo.

En este día de Navidad y en ese ambiente nos fuimos a celebrar la eucaristía del jubileo de oro de la Cruz de la Unidad en la explanada del Santuario Cenáculo de Bellavista. En una hermosa ceremonia presidida por el P. Humberto y concelebrada por nuestro Padre Cardenal y por muchos hermanos, hicimos memorial junto a la Familia de Schoenstatt de este sacramental de nuestra historia. Luego por la noche, como Comunidad tuvimos nuestra celebración de Navidad que muchos de ustedes bien conocen. Reunidas las casas de Santiago y de Viña tuvimos una celebración, esta vez más sencilla, por la situación del P. Horacio. En el momento de la entrega del regalo al amigo secreto, muchos quedamos impresionados por la sensibilidad que tuvo el P. Horacio de preocuparse también de dejarle un regalo a su amigo y de escribirle algunas líneas, a pesar de la mano temblorosa. En parte de la tarjeta, le escribía: "...sorpresa soy yo. Perdona mi letra, pero no puedo mejor. La hinchazón, la gordura y el temblor no me dejan. Me alegré mucho con tus visitas y nuestras bendiciones mutuas. Además de verte tan bien. Ofrezco lo mío por ti y por tus anhelos y actividades. Tienes una tarea muy hermosa y llena de esperanzas. Que la Mater te lleve a la plenitud de tus anhelos. Y que el Niño nazca en tu corazón sacerdotal durante todo el año. Gracias por tu actitud fácil y cercana, siempre acogedora y religiosa. Un abrazo siempre cariñoso. Permanecemos siempre orando uno por otro. Tu hermano en la Alianza, P. Horacio R."

Después de la celebración muchos pasamos a desearle buenas noches. Se veía débil, pero no pensábamos que sería la última despedida. El domingo 26 de diciembre, día consagrado a la "Sagrada Familia", a las 7:50 hs de la mañana expiró a causa de un paro respiratorio. Junto a él estaban Carmen y Marta, las enfermeras, que nos avisaron inmediatamente. El P. Miguel Rocha le impartió los santos óleos. Lo lavamos y lo vestimos con su Túnica de Sión, acompañado de la estola rojiblanca de la Provincia. Se le veía en paz. Como Comunidad de Casa rezamos junto a su cuerpo, dando gracias por su vida y pidiendo por él. Muchos de sus hermanos de curso estaban en Bellavista, ya que por la noche de ese día daban inicio a una jornada de curso en la Casa Provincial. Pasadas las 10:00 de la mañana del domingo 26 lo llevamos a la Capilla.

La noticia corrió como reguera de pólvora y empezaron a llegar las primeras familias. A las 11:00 hrs. celebramos la primera misa por él. Concelebramos siete padres. Durante todo el día fue visitado por numerosas familias y miembros de las comunidades de la Familia de Schoenstatt. A las 18:00 acompañado de muchas familias, rezando el rosario y cantando, trasladamos sus restos a la Iglesia del Espíritu Santo.

A las 20:00 se ofició una misa por su eterno descanso. Había más de dos mil personas, con una gran cantidad de sacerdotes. Era un momento de fiesta y gratitud justamente en el Domingo de la Sagrada Familia, para quien había sido apóstol de las familias. Durante la celebración se destacó que él había muerto como había vivido, rodeado de los que él había amado: su comunidad y las familias; se acentuó que fue un gran regalo de la Providencia, que justamente al término del Año Sacerdotal estuviésemos despidiendo a un gran sacerdote y por último que siempre vivió de los ideales, especialmente de su grupo de juventud: "necue mors" (Rm 8,8: ni la muerte nos puede separar del amor de Cristo). Ni la muerte del P. Horacio nos iba a separar de su amor.

El martes 27 por la mañana nos dedicamos a preparar todo. Su curso se dedicó a preparar la liturgia, el P. Andrés Larraín se hizo cargo de la logística y los trabajadores de Bellavista preparando el lugar mismo donde iba a descansar los restos de nuestro hermano.

La ceremonia comenzó puntualmente a las 18:00 hs. La ceremonia se celebró en la explanada del Santuario, con una gran cantidad de personas, más de 3.000. La eucaristía fue presidida por el Padre Cardenal Francisco Javier, acompañados por todos los padres de la comunidad en Chile y muchos sacerdotes de otras comunidades y diocesanos. En una hermosa prédica, el P. Lucho comparó al P. Horacio con el discípulo amado: "Nos congregamos para celebrar la eucaristía junto al Santuario Cenáculo de Bellavista, representamos a muchos que quisieran haber estado aquí, pero por causas ajenas a su voluntad no han podido llegar. Celebramos el memorial de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo por nuestro P. Horacio. Es la mayor acción de gracias que levamos en Cristo por el Espíritu Santo al Padre, en gratitud por el P. Horacio. No hay otra manera de expresar nuestro agradecimiento,, ni con palabras ni con gestos. Lo hacemos en la Misa de Juan Evangelista, fiesta que hoy celebra la Iglesia, fiesta del discípulo amado, como lo fue también el P. Horacio.

El evangelio de este día nos evoca también la vida y la muerte del P. Horacio. Nos narra que Juan corrió junto a Pedro hacia el sepulcro al recibir las noticias de las mujeres, que no habían encontrado su cuerpo, así descubrieron al Resucitado. El P. Horacio también, con la agilidad que le caracterizaba, corrió siempre tras el encuentro con Cristo. Ya desde la juventud masculina, en el Movimiento, en su vida sacerdotal, en cada eucaristía celebrada con tanta unción como lo reconocían quienes participaban en ella. En el encuentro con cada persona veía el reflejo de Cristo. Ahora nos alegra porque encontró definitivamente al Resucitado, al encontrarlo se encontró con Dios, con la Mater, con nuestro Padre, con todos sus seres queridos.

Una feliz coincidencia y providencia es que esta misa corresponda a la fiesta de Juan Evangelista, porque en ella se nos desvela el misterio de la vida del P. Horacio. Como otro Juan Evangelista, Cristo le entrego a su Madre: "he ahí a tu madre". Al igual que Juan, el P. Horacio la recibió en su casa, en la casa de su corazón, en el lenguaje de nuestro Padre: en el santuario corazón. La encontró en este Santuario Cenáculo, donde selló su primera Alianza de Amor con ella. La extendió a través de tantos santuarios que él construyo y, asimismo la llevo a miles de personas a quienes él invito a sellar la Alianza de Amor con ella. Como discípulos y misionero de nuestro Padre anuncio las glorias de Maria, aquella que nos une íntimamente a su hijo Cristo, la pedagoga del evangelio, que nos hace comprender paso a paso, que la dio a conocer como la Madre que escucha el clamor de todos sus hijos, aquella que es causa de nuestra alegría y de nuestra paz, la Madre del amor hermoso. Esta fue la receta del P. Horacio en su acción evangelizadora, pues ante cualquier pregunta él respondía con su frase habitual: lo más importante es el amor.

Nuestra Mater le entrego a él muchas de sus características que lo identificaron como persona y sacerdote: la alegría del corazón sencillo, abierto a descubrir lo bueno en todos y en todo, por sobre toda crítica. Una alegría pícara. El P. Horacio era de la broma oportuna, fina, que distendía los ambientes cuando entraban en conflictos. Una sencillez nunca pretensiosa, nunca buscándose así mismo, siempre intentaba que otros brillaran, para quedarse él con un bajo perfil. Hacía que a pesar de quedarse en los últimos puestos las personas lo descubrían como un autentico tesoro. La capacidad de darse generosamente hasta el extremo, hasta el último suspiro, de entregar todas sus energías, más allá de sus fuerza físicas por servir a los que les buscaban, sin preguntas ni quejas. No le escuche en toda su enfermedad nunca una queja.

Una sabiduría profunda, no la del erudito, no primero de los libros, sino la sabiduría que viene del Espíritu Santo, capaz de capta el alma de todos lo que se le acercaban, cualquiera fuera su edad, su situación de vida, su credo, sus posturas ideológicas. Sabía penetrar el alma de cada uno para responderle desde el Espíritu.

Siendo sacerdote se constituyo en un gran conocedor del matrimonio y de la familia, a quienes entregó la mayor parte de su vida sacerdotal. Por eso consideramos un gesto delicado de Dios que su muerte haya acaecido en la Fiesta de la Sagrada Familia. Ayudo a mostrarla siempre como camino de santidad, cualquiera fuera su situación. Ayudo a reconciliación de muchas familias en momentos de conflictos, a amarse como intima comunidad de amor y de vida, a ser reflejo del amor de Cristo a su Iglesia, del amor de Dios a los hombres. Desplegó un servicio efectivo y generoso en la preparación de novios, en los grupos de pololos, en los grupos de los matrimonios de Schoenstatt, pero también ayudando a los que habían quebrado su vida matrimonial: señoras y hombres separados. Por todo esto el P. Horacio fue apreciado como un gran padre. En él se reflejó de manera lúcida el sacerdocio paternal que nos enseño nuestro Padre. Una paternidad que en Cristo Sacerdote hizo experimentar a tantos la paternidad de Dios, una paternidad de misericordia, de paz, que despierta la confianza plena en sus planes de Dios. Gracias Señor, gracias querida Mater, porque el P. Horacio fue un reflejo del cielo, un trozo de cielo en la tierra."

Luego el P. Jaime Rivas, hermano del P. Horacio, habló de la semilla donde habían surgido todos los frutos de la paternidad del P. Horacio. Nos habló de su familia y agradeció a sus padres por el testimonio de fe, de amor familiar y responsabilidad cristiana, especialmente ante los más necesitados. Además confirmó como desde pequeño en el P. Horacio se había ido plasmando las virtudes por las cuales hoy agradecíamos.

Al final de la eucaristía, acompañados de todos los presentes, nos dirigimos al cementerio de la Casa Provincial. Después de rezar las últimas oraciones colocamos sus restos junto a los del P. Lucho Verdejo. Todo un símbolo, ya que para la generación joven el P. Horacio se transformó en un caso preclaro de vida sacerdotal. Quiero terminar con una poesía que envío el P. Joaquín:
Viaje de Navidad al Padre Horacio
"Al irse al Belén del cielo, nos abrió cáliz de anhelo.
Entre el burrito y el buey, canta y baila a su Rey.
Le teje a la Virgen linda trenza de luz, mar y guinda.
Nos deja por Noche Buena un jazmín en cada pena"
(tu hermano, P. Joaquín, Fiesta de la Sagrada Familia, 2010)

Desde nuestro Sión en Bellavista, vuestro hermano P. Mariano

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