LA CRISIS FINANCIERA Y EL SENTIDO SOCIAL

Hace tres años estuve en Roma, como miles de chilenos, pero privilegiado, al ser uno de los cinco que representábamos oficialmente al país con ocasión de la canonización de San Alberto Hurtado. Hoy, c...

| Juan Emilio Cheyre Juan Emilio Cheyre

Hace tres años estuve en Roma, como miles de chilenos, pero privilegiado, al ser uno de los cinco que representábamos oficialmente al país con ocasión de la canonización de San Alberto Hurtado. Hoy, cuando recuerdo el fervor, la alegría y el reconocimiento multitudinario que allí se vivió, no puedo dejar de pensar: ¿que diría hoy San Alberto acerca del momento de crisis que vive el mundo? Creo pertinente aplicar al presente el legado de quien fuera un profeta de su -y de nuestro- tiempo. Interpretarlo sería una audacia, de allí que recurra a una meditación que hizo el santo en Arica, a su regreso de un viaje a los EE.UU. En ella, el primer mensaje que transmite es que aún el país más poderoso del mundo se revela frágil. Es decir, a inicios de 1946 se adelantaba a lo que a tantos en la actualidad ha sorprendido. No hay poder en la Tierra que pueda darnos la seguridad absoluta, si por tal entendemos satisfacer aspiraciones solamente unidas a logros materiales. El padre Hurtado manifestaba en ese escrito: "Empire, Chrysler: ¿cuánto más os alzaréis de pie? Fábricas Ford, Packard: ¿cuánto más alcanzaréis a durar?". Apliquemos esa reflexión hoy para nuestros ahorros, para los bancos o, en general, a los bienes en peligro. Debemos advertir que su propuesta estaba lejos de renegar del progreso, de la eficacia; tampoco rechazaba los inventos o los bienes. Por el contrario, afirmaba y dejaba explícito que Dios "se alegra de esos esfuerzos, que nos hacen mejor esta vida a nosotros". Lo que planteaba era la necesidad de encontrar el sentido verdadero de la vida, el cual no se encuentra sólo en la economía, en las acciones, en la bolsa ni tampoco en los bienes materiales. Para San Alberto la verdadera vida que lleva a la felicidad es la del espíritu. Ella no es otra que aquella capaz de asombrarse ante lo sobrenatural; la dispuesta a rechazar el mal y a buscar el bien del ser humano. Lo dejó magistralmente escrito en la meditación a la que me he referido: "Yo no amo la masa; amo la persona: un hombre, una mujer... ". Lo personificaba en "ti negrito; por ti, pobre japonés; por ti, chilenito de mis amores; por ti, liceano de Curicó". La síntesis de su propuesta la podemos encontrar en lo que él mismo denominó el sentido social. Ese concepto encierra la plena sintonía con el dolor y la alegría del otro. Despeja del propio corazón el sentido individualista y todo aquello que centre las aspiraciones y las esperanzas de la vida en ganancias pasajeras. En el fondo, trasunta en cada uno un deber de preocupación por hacerse cargo del dolor ajeno, alejándose solamente del propio yo de carácter absolutamente individualista. Si aplicamos ese modelo a los ejemplos de la crisis, cabe preguntarse: ¿Pensaron en los otros los ejecutivos que adoptaron decisiones que no apuntaron precisamente al bien de todos? ¿Meditaron los líderes acerca del impacto que causarían medidas que sólo llevarían a parte de la sociedad a disfrutar de ganancias pasajeras? ¿Cautelaron el bien de todos los encargados de velar por la sustentabilidad de un sistema que corrió riesgos más allá de lo aceptable? Creo que la respuesta es negativa, ya que cada cual hizo primar intereses egoístas. Estimo que un actuar como el descrito no obedece a la falla de un sistema determinado de la economía o de alguna política. En el fondo es una falla de nosotros, los seres humanos, que vamos abandonando -como nos advierte el santo- que "el confort bueno está, pero que no reside en él la felicidad. ¡Que da demasiado poco y cobra demasiado caro!". Es tiempo de que jamás olvidemos que el ser humano, por pequeño que sea, es el más grande de los objetivos y su felicidad debe llegarnos al corazón. Columna publicada en el diario La SegundaLunes 20 de Octubre de 2008

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