La castidad matrimonial (parte 2)

Continuamos con esta charla del padre Carlos Padilla sobre cómo vivir la castidad en el matrimonio. En esta sesión, el sacerdote nos habla de los distintos tipos de amor como los definió el P. Kentenich, y nos explica los dos primeros que se dan en el matrimonio: El amor sexual y el amor erótico.

Lunes 16 de marzo de 2015 | P. Carlos Padilla

¿Cómo se logra que nuestro amor esté integrado?

 

El P. Kentenich hace una diferenciación entre los distintos tipos de amor que se dan en el matrimonio. El amor sexual debe estar unida al amor erótico, al amor espiritual y al amor sobrenatural. Los cuatro amores han de integrarse. Pero, ¿cómo se integra el amor? ¿Cómo logramos amar sin dividir, amar uniendo? ¿Cómo unimos el pensamiento y el deseo, la voluntad y los actos? ¿Cuándo podemos decir de una persona que es íntegra? Son preguntas abiertas. Somos íntegros cuando nuestras palabras y nuestros actos y nuestros deseos entran en armonía. Pero si estamos divididos por dentro, ¿cómo podemos llegar a amar bien? En la vida matrimonial hay muchos aspectos. En el amor conyugal hay muchas realidades que han de vivir en armonía. Pero eso no es así muchas veces. En ocasiones no se cuida el amor erótico y el amor sexual queda desintegrado. Si no hay unión de almas, ¿cómo se pueden unir los cuerpos? Otras veces el amor sexual se deja de lado, en aras de una pureza mal entendida o porque no resulta fácil que sea una experiencia de pareja positiva. Que los cuatro amores estén integrados es un ideal. Pero muchas veces no se logra en esta vida. Muchos matrimonios viven un gran vacío y soledad espiritual. Es verdad que la soledad es parte de nuestra vida, la incómoda pasajera que viaja con nosotros. Pero esa soledad no tiene que ver con el vacío. La soledad hay que acogerla y cuidarla. El vacío habla de dolor, de aspereza, de frustración. Aspiramos en el matrimonio a reflejar con nuestra vida torpemente el amor de Dios. Estamos muy lejos de ello tantas veces. El P. Kentenich insiste una y otra vez en la necesidad de que los cuatro amores se integren y armonicen. Es el camino de la santidad matrimonial. Esa integración debe reflejarse en los pequeños detalles de la convivencia diaria, que en definitiva son las grandes manifestaciones del amor.

Estas formas del amor van creciendo cada una a su propio ritmo. Y según la etapa de la relación en la que estén los esposos, un tipo de amor estará más en primer plano que otro. Lo importante es cultivarlos todos, aunque sea en diferentes momentos y a diferentes ritmos. El P. Kentenich, que era un gran observador de los procesos de vida naturales, solía decir: «Las diferentes formas de amor se viven según ciertas acentuaciones. Por ejemplo, es posible que al principio sea el amor sexual el que ocupe el primer plano. Pero también es posible, y en verdad lógico, que tarde o temprano sean las otras formas del amor las que pasen a ese primer plano. En cualquier caso, una cosa es cierta: si como esposos trabajamos con seriedad en nuestro camino de perfección, tenemos que aprender a realizar el acto sexual de tal manera, que se convierta para nosotros en un medio de santidad»[1]. Por tanto, la virtud de la castidad, especialmente en el acto sexual, debe llevar al matrimonio a integrar estas cuatro facetas del amor personal y con ello, a la expresión más alta de la perfección en el amor: la santidad conyugal. Por eso dice: «En general es muy difícil que el acto sexual sea una expresión directa y consciente del amor sobrenatural, del amor espiritual y del amor de eros. Por eso, es recomendable velar siempre para que en toda nuestra vida matrimonial sean estos últimos los que revistan el mando»[2]. La vida matrimonial es más que el acto conyugal. Este debería ser expresión de toda una densidad de diálogo entre los esposos, en el que las diferentes formas del amor se ponen en juego. Me detendré ahora en los distintos tipos de amor.

Primer tipo de amor, el amor sexual.

El amor encuentra en la sexualidad, concretamente en el acto sexual, su culminación. Constituye la expresión máxima de la unión conyugal. Es verdad que durante mucho tiempo en la Iglesia, la sexualidad se ha visto como algo pecaminoso, tan sólo como el paso necesario para la vida. Se consideraba el aspecto menos santo y puro de la vida marital. Casi como un obstáculo para que los casados pudieran vivir una vida santa, y fueran dignos un día de ser canonizados. Se concebía que la única forma de preservar la pureza y la castidad en el matrimonio era la abstinencia casi total. Un matrimonio santo era un matrimonio casto casi de forma absoluta. Gracias a Dios esa imagen ya ha cambiado. Hoy se ha pasado de ver la sexualidad como un tabú a verlo como lo más natural. No obstante, en nuestro interior, lo seguimos viendo como algo que en lugar de acercarnos a Dios, muchas veces nos aleja de Él y de la pureza que Él representa.

Sin embargo, el amor sexual es algo esencial en la vida matrimonial. Es expresión, camino y seguro de una auténtica santidad matrimonial. Estamos hablando de una vida sexual sana. Pero en ocasiones no es así. El P. Kentenich decía: «Para que esta unión no se convierta en un acto animal debo realizarlo como persona»[3]. Hoy se vive una sexualidad disociada, sin eros, sin que haya sido redimida por la gracia. Una sexualidad impersonal y despersonalizante. La película «Las cincuenta sombras de Grey», que ahora parece estar tan de moda, muestra un amor que no es verdadero amor. Una forma de amar que puede confundir a muchos. Allí hay dominación, violencia, egoísmo, sometimiento, chantaje, pero no verdadero amor. Su éxito nos habla del amor distorsionado que muchas veces el hombre busca. Un amor egoísta y enfermizo que no es el amor que estamos llamados a vivir. No es un amor que nos lleva a una vida plena. Dice el Padre: «El sentido del matrimonio es que nos encontremos uno con el otro de una forma extraordinariamente íntima, que nos amemos íntimamente»[4]. El amor sexual es fundamental. Pero es verdad que hay muchos matrimonios que no llevan una vida sexual sana, integrada. O han caído en el nivel infrahumano de la sexualidad o en una especie de vida casta sin cuerpo, donde sólo hay espíritu. En muchos casos no se no logra integrar y sublimar el amor carnal. Hoy se da con demasiada frecuencia una sexualidad enfermiza que separa el eros, del amor espiritual y sobrenatural. Si permanecemos en el ámbito instintivo, y no logramos integrarlo en las formas superiores del amor, nunca tendremos una sexualidad ordenada. Hay una publicidad que habla del verdadero amor en el que todo se integra: «Quiero hacer el amor contigo. Sólo contigo. Siempre contigo. Pero antes quiero ir al cine contigo, quiero conocerte mejor, conseguir que bailes conmigo, conocer tus preocupaciones, saber con qué sueñas; quiero que me muestres mil veces que me quieres, saber que me cuidarás cuando esté enferma, y que lucharás cada día por hacerme feliz. Quiero tu vida con la mía, quiero mi vida con la tuya». Habla de cómo integrar esos amores. No es muy sencillo. Pero es el único camino.

El Padre Kentenich nos recuerda que la tarea específica de la mujer es cuidar la dignidad personal en el acto conyugal. Esto lo logra en la medida que procura que el amor espiritual, el amor erótico y el amor sobrenatural se integren en el amor sexual y no sean nunca excluidos. Dice: «Si tomamos en serio nuestra perfección matrimonial, debemos aprender a realizar el acto sexual de tal forma que sea para nosotros un medio para alcanzar la santidad matrimonial»[5]. Una mujer no puede acoger un requerimiento sexual si no se siente amada como persona y recibida en toda su femineidad. El amor personal al tú exalta la dignidad del cónyuge. Amarlo como imagen de Dios y templo del Espíritu Santo. El termómetro del amor conyugal viene determinado por la calidad de la relación sexual. Cuando cumple todas las condiciones mencionadas pasa a ser el acto sexual un canal de gracias y un camino de santidad. Por eso se habla de los tres altares de la vida matrimonial. El altar de la eucaristía, donde se encuentran en su vida de oración, caminando juntos con Dios. El altar de la mesa familiar, en el que ofrecen su vida diaria y elevan su vida a Dios desde lo más cotidiano. Y el altar del lecho conyugal, donde la expresión del amor llega a su culmen. Son los tres lugares sagrados del amor. No obstante, todo esto es fácil decirlo y, sin duda, la vida que lleváis muchos matrimonios, no ayuda a vivirlo de esta forma. El stress diario, las prisas, el trabajo excesivo, el cuidado de los niños, el cansancio acumulado, los viajes de trabajo. Las obligaciones sociales, las reuniones familiares, los compromisos, la falta de tiempo para estar solos. Todo esto no es una ayuda que permita llevar una vida sexual sana. Es necesario, por lo tanto, preguntarnos dónde estamos fallando y en qué podemos crecer y mejorar. Cada uno sabe dónde puede poner el acento. Sabemos nuestras debilidades y fortalezas.

Por eso, al mirar nuestra vida matrimonial nos preguntamos: ¿Nuestro acto sexual es una expresión de nuestra unión espiritual mutua? ¿Nos donamos el uno al otro no sólo el cuerpo, sino también el alma?

El segundo tipo de amor, el amor erótico.

Hoy en día, cuando se habla de erotismo, se hace en referencia a una exaltación de lo sensual y de lo sexual. Pero el contenido de la palabra eros es mucho más rico. Dice Benedicto XVI: «El eros, degradado a puro sexo, se convierte en mercancía, en simple objeto que se puede comprar y vender». Sin embargo, el eros es mucho más que eso. Continúa el Papa diciendo: «Ciertamente, el eros quiere remontarnos en éxtasis hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación». El eros, entonces, como dice el P. Kentenich: «Opera como una protección del amor sexual. Es la mutua complacencia que siente el uno por el otro. Es la fascinación ante la belleza del otro. Esa fascinación tiene una gran fuerza». Es así como actúa como protección: «Para que lo sexual no se convierta en algo animal, tiene que estar siempre rodeado de la atmósfera del eros». La atracción mutua ha de cuidarse, porque con el tiempo podemos perder el interés por la persona a la que amamos. Esa atracción nos saca de nosotros mismos, nos pone en camino, nos descentra. Es el camino más sano para vencer el egoísmo en el que podemos caer cuando buscamos sólo la autocomplacencia. El problema es que muchas veces podemos dejar de tener interés en despertar la fascinación en nuestro cónyuge. Cuando esto ocurre descuidamos los detalles, ya no nos arreglamos como antes, no queremos estar especialmente guapos. Hacemos de lo cotidiano y familiar algo vulgar y poco atractivo, como si ya no nos importara despertar el deseo de la persona amada. Bajo la falsa pretensión de que sólo Dios nos tiene que querer, de que lo que importa es la oración y la pureza de alma, acabamos descuidando la ropa que llevamos, nuestro pelo. Deja de importarnos si estamos gordos o flacos. No nos arreglamos más que para ir al trabajo o a una reunión social. No deseamos que surja el deseo en la persona amada, en aquel que Dios nos ha confiado en nuestro camino de santidad. Concluye el P. Kentenich: «Para que el acto sexual no sea un acto animal, los esposos deben cultivar siempre ese amor de eros, aunque estén avanzados en edad». Se trata de cuidar la atracción por toda la persona, por la persona completa y durante toda nuestra vida. No importa que llevemos veinticinco, cuarenta o cincuenta años juntos. El amor es para toda la vida. Y cuando lo descuidamos, se enfría y languidece. Por eso es tan importante cuidar esta dimensión del amor. El amor ascendente nos saca de nosotros mismos y nos lleva a buscar aquello que despierta nuestras fuerzas interiores.

El amor erótico nos lleva a amar a una persona de carne y hueso, con sus talentos y defectos, no a una persona ideal. Cuidar el amor erótico es fundamental para que no desaparezca esa fuerza que nos acerca como esposos. Será necesario, en ocasiones, volver al tiempo del noviazgo, cuando el fuego nos llenaba el corazón. Recordar y revivir todo este tiempo es una forma de reencantar el amor. ¿Qué hacíamos parar conquistar al otro? Hay cosas que se olvidan. Es bueno volver a ellas. Es muy importante cuidar aspectos que cuidábamos cuando éramos novios, cuando teníamos que conquistarnos mutuamente cada día, cuando nada estaba asegurado y nada se daba por evidente. Cuando no estábamos seguros de nuestra valía. Es necesario recuperar este espíritu de conquista. Dice C. S. Lewis respecto al enamoramiento y al amor erótico: «El deseo sexual sin eros, quiere la relación sexual en sí; mientras que el eros quiere a la amada. Quiere un placer para el cual la mujer resulta una pieza necesaria. Ahora bien, el eros hace que un hombre desee no a una mujer, sino a una mujer en particular. En forma misteriosa pero indiscutible el enamorado quiere a la amada misma, no el placer que le pueda procurar. Sin el eros, el deseo sexual, como todo deseo, es un hecho referido a nosotros». El amor erótico, por lo tanto, enaltece la sexualidad, la orienta a un tú muy concreto y por eso es capaz de hacernos felices. Por eso el desafío es cultivar este amor erótico que no conduzca inmediatamente a la genitalidad. Se trata de reencantar el amor, de rejuvenecerlo. Se trata de volver a admirar al tú, de querer poseerlo en su plenitud, en todo su ser. Tenemos que aprender a ser creativos. La rutina es el peor enemigo. Nos hace acostumbrarnos a la vida y nos conformamos con lo que hay. El amor debemos expresarlo sensiblemente, para atraer y cautivar siempre de nuevo. Es necesario volver a soñar y disfrutar de los pequeños detalles y destellos de cada día. Hace falta, eso sí, imaginación, creatividad y tiempo invertido en redescubrir la belleza del amor que Dios nos regala. No podemos pensar nunca que tenemos seguro y garantizado para siempre el amor de nuestro cónyuge. Es necesario, cada mañana, proponernos volver a conquistar su corazón, volver a despertar ese amor erótico, que es capaz de ver la belleza más escondida en el corazón de nuestro cónyuge.

En el cultivo de este amor erótico son muy importantes las caricias y la ternura. La forma de mirar y de hablar, los gestos corporales, todo eso importa y mucho. Queremos que la persona amada sienta que en nosotros encuentra reconocimiento y acogida. La caricia es la forma de decirle a nuestro cónyuge cuánto le queremos y cómo lo aceptamos tal y como es, con sus talentos y debilidades. Las caricias, los abrazos, son las expresión cotidiana y sencilla de nuestro amor. Todos necesitamos sentirnos cobijados y queridos. El peligro es cuando abandonamos las caricias. Por comodidad, por parquedad, por sequedad. Tal vez cuando éramos novios las practicamos. Luego la vida cotidiana nos hizo ser más fríos. Si falta la unión espiritual es verdad que la caricia carece de sentido. Otras veces, para evitar llegar al acto sexual, también se evitan las caricias. Pero nos olvidamos que las caricias no tendrían que conducirnos necesariamente al acto sexual. La caricia es una forma cotidiana de renovar y acrecentar el amor. Expresa más que muchas palabras. Es un amor que se expresa de forma muy sencilla. Ese amor puede crecer cada día. El amor que no se expresa se acaba enfriando. Hablando del abrazo y de la cercanía corporal dice Von Gagern: «Sabemos qué importante papel puede desempeñar este deseo de sentirse cobijado, también en el adulto. El niño lo recibe, pero también el adulto necesita sentirse amparado». El abrazo y la cercanía física son expresión de un amor verdadero. Es muy difícil la cercanía física cuando falta la cercanía espiritual. Pero es cierto que el contacto físico ayuda mucho a que lo espiritual se manifieste. El cobijamiento físico, del uno en el otro, es fundamental en nuestra vida, sana heridas y nos acerca naturalmente al corazón de Dios.

Otro elemento muy importante en el cultivo de este amor es la sonrisa y el juego. Dice Von Gagern: « ¿Y qué sucede si alguien a lo largo de todo un matrimonio seco jamás ha llegado a sonreír y a jugar? Han de aprender a relajarse. Tendrán que tomarse el tiempo necesario para dedicarse a una actividad tan improductiva». La risa y el juego parecen innecesarios, pero no lo son. El cansancio, las fricciones, las tensiones de cada día y las dificultades, hacen que nos cueste más sonreír y jugar. Estamos cansados, la vida es demasiado seria e importante. Los problemas demasiado graves como para reírnos. Pensamos que no hay tiempo para cosas banales. Y que hay muchas cosas importantes que realizar antes de perder el tiempo. Jugar nos parece una pérdida innecesaria de nuestro tiempo. Nos cuesta estar distendidos, sin aprovechar cada momento del día. Nos convertimos en personas muy serias y responsables, sin tiempo para la risa y los juegos.

Por eso hoy nos preguntamos: ¿Cómo cuidamos nuestro amor erótico? ¿Cómo reencantamos el amor cada semana? ¿Cuidamos nuestro físico, nuestro aspecto y esos detalles que sabemos le encantan a nuestro cónyuge? ¿Somos creativos, soñamos juntos, cuidamos nuestra capacidad para volvernos a admirar, una y otra vez, de lo bueno y grande que hay en la persona amada? ¿Somos expresivos en nuestro amor: ternura, caricias, abrazos? ¿Cómo nos miramos? ¿Cómo nos tratamos con nuestras palabras y gestos? ¿Qué tiempo dedicamos al juego y a la risa? ¿Nos distendemos juntos?



[1] J. Kentenich, Lunes por la tarde. El amor conyugal, camino a la santidad

[2] J. Kentenich, Lunes por la tarde. El amor conyugal, camino a la santidad

[3] J. Kentenich, Lunes por la tarde, 34

[4] J. Kentenich, Homilía 30 de abril 1961

[5] J. Kentenich, Homilía 30 de abril 1961

Comentarios
Total comentarios: 1
03/08/2016 - 19:03:11  
SENCILLAMENTE EXCELENTE!!!!!!!!!!!!
Muchísimas gracias por publicarlo!

Andrea
Chile
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