¿Cómo vivo mi desierto?
Hay momentos en la vida en los que nos alejamos de Dios. El mundo actual nos absorve en su vorágine, y lo que menos tenemos es tiempo. ¿Cómo se vuelve a estar cerca del Padre después de vivir así? Lucía Zamora nos cuenta su experiencia.
| Lucía Zamora Lucía ZamoraHace algunos años, estuve alejada de Dios y de la Iglesia. Mi vida giraba en torno al trabajo, los hijos, la familia y los amigos. No tenía tiempo para escaparme a la Iglesia y escuchar la palabra de Dios, mucho menos reconciliarme con Él. Fueron años de alegría porque mis hijos crecían y mi matrimonio también. Mi vida estaba aparentemente completa, pero algo faltaba en ella y no sabía que mis hijos crecían felices pero no conocían su religión, mucho menos a Jesús y a María. Un día en una serie de T.V. un niño de unos 12 años le reclama a su madre el no tener una religión, una tradición, una costumbre, una fe que le diera sentido a una vida vacía de espiritualidad y llena de ciencia y lógica. Este capítulo mi me abrió los ojos, y comencé a preguntarme: ¿y la espiritualidad de mis hijos? ¿dónde la iban a encontrar? ¿Quién se las iba a ofrecer? Y así fue como mi marido y yo comenzamos a asistir a las actividades de semana santa (solamente) para que ellos vivieran un poco su religión. Por supuesto que ni nosotros entendíamos la verdadera razón de porque se tenía que revivir la trágica pasión y muerte de Jesús. Seguíamos en las mismas. Sin embargo, creo que ya habíamos dado el primer paso...el querer estar cerca de Dios. Él ya nos había dado el primer toque, lo demás ya dependía de nosotros.
Después... conocí Schoenstatt (inicie primero yo en la rama de señoras), al principio mi vida siguió igual: el trabajo los hijos, la familia y los amigos, claro que seguíamos asistiendo solo a las actividades de la semana mayor... continuábamos en la misma frecuencia (baja). Pero algo, estaba cambiando. Comencé a tener conflictos conmigo misma, pues el conocimiento, la espiritualidad, el apostolado y el rostro de María, cuestionaban mi corazón, guiaban mis actos y controlaban mis pensamientos.
Algo pasaba en mi; comencé a solucionar pequeños problemas del pasado, pero también nacieron otros que por más vuelta que le daba, ¡no los entendía! Además percibía que esto solo me ocurría a mí, pues ni mi marido ni mis hijos pertenecían al movimiento, y era como luchar sola por algo o alguien que no veía y aún no sentía. Creo este fue el segundo toque de Dios.
Poco a poco comprendí que la Mater me estaba moldeando, me estaba preparando para lo que seguía. Y así ha sido desde entonces...me prepara para lo que sigue, para lo que sigue y para lo que sigue. Me voy de sorpresa en sorpresa.
Aunque siento que mis debilidades y tentaciones siguen desviando mis propósitos, ahora puedo decir que acompaño verdaderamente a Jesús. La cuaresma...¡ahora la vivo!...puedo identificar mi desierto, mis tentaciones y el agua que da la vida. Puedo ver con claridad, la intención que hay en el dolor cuando siento el rechazo, la indiferencia y en ocasiones la humillación. Tal pareciera que el mundo se volvió en contra, para hacerme entender algo que no puedo ver y mucho menos comprender. Y ¿qué me dicen de mis tentaciones?... estás llegan con palabras, silencios o actitudes que lastiman a los demás. Con orgullo, soberbia, intriga y muchas otras cosas, que seguramente el diablo hace llegar a mi mente y a mi corazón disfrazadas de "mi verdad".
Que pena saber que todo esto pasa en cada uno de nosotros, y que pocas veces tenemos el valor de reconocerlas frente a Jesús, frente a un Sacerdote. Que pena que tengamos que vivir tantas cosas tristes para poder encontrar a Dios. Pero que alegría tener a María en estos momentos, pues Ella tranquiliza el corazón, me regala la prudencia de estar a un lado sin querer ganar aquello perdido. Me permite ver la situación de otra manera sin sentir desesperación en el pecho, y me regala la sabiduría, al aceptar que lo perdido, perdido esta y que lo ganado en el corazón florecerá. Además, me guía a la compasión, a la paciencia y al entendimiento que evita lastimar a los demás.
Comprendí que las personas y situaciones que Dios pone en mi camino en este tiempo de conversión, solo son instrumentos para ayudarme a crecer en el amor y en la caridad. Son simplemente instrumentos que me ayudan a vencer mis temores, ansiedades, ambiciones y todo aquello que solo empobrece el espíritu, apagando esa pequeña llama que Dios ha querido encender en nosotros. Ahora doy gracias por esos actos que tal vez no son intencionales, pero que por alguna razón lastiman el alma y el corazón. Los agradezco, porque han logrado convertirme en una mejor persona, porque me han permitido hablar con Dios cara a cara y porque descubrí una mujer diferente a la de hace algunos años.
¿Y el agua que da la vida?... la oración, el Rosario, la contemplación. Increíble que a pesar de haber vivido algunos años distante de Dios, pueda decir esto, pero así es. Dios nos toca de diferentes maneras, solo hay que estar dispuestos a recibir esa mirada de amor, ese toque de agradecimiento y ese beso en la frente.